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Hijos de Eva 5

Caminaba en medio de una densa oscuridad. La sensación de encontrar el vacío al siguiente paso era su única compañera. La nada, lo inexistente era oscuro y aterrador.

No era la primera vez que recorría las pesadillas de Robin y ese muchacho cada vez lo sorprendía más. Le costaba trabajo encontrarlo, Robin no quería ser hallado. Escondido en lo más recóndito de su mente, sería muy difícil recuperarlo.

Sin embargo, Elí se mantenía firme, caminando sereno en medio de la total oscuridad. La sensación de culpa empezaba a estorbarle. Necesitaba completa calma para afrontar lo que venía. Porque podía percibirlo.

A pesar de que su cuerpo descansaba pacíficamente sobre su propio lecho, podía sentir aquella presencia oscura cernirse a su alrededor. El dolor sobre su pecho crecía y aquella pesadez propia de esos encuentros acabaría por embargarlo.

Confiaba en Maya, ella lo mantenía a salvo mientras iba en la búsqueda de Robin. Su cuerpo estaba en buenas manos, para cuando volviera, tarde o temprano; no lo haría sin aquel muchacho introvertido y asustado.

La sensación de miedo se hacía más fuerte; entonces iba por buen camino. Elí buscó en su pecho la medalla plateada que siempre llevaba consigo y encerraba su única protección. La tomó con la mano izquierda y se asió a esta con fuerza.

Justo a tiempo. La oscuridad estaba viva y la nada se convirtió en angustia. El silencio desapareció siendo arrasado por una voz plañidera. Elí quiso replegarse, pero ya era tarde. En medio de aquella pesadilla, solo podía pelear contra lo que le salía al frente.

—Sé tu nombre…sabemos tu nombre…Elí… Elí…

La voz sonaba en todas las direcciones. El tono gutural de las palabras pronto se tornó en un chillido estrepitoso. No era una, eran mil voces juntas. No era uno, eran muchos.

Repetían su nombre, mis tras que la nada giraba a su alrededor.

—Todos ustedes contra mi solo —replicó Elí con sorna —Muéstrate de una vez y terminemos con esto.

El grito que siguió a sus palabras casi lo derriba. Elí se abrazó con fuerza y mantuvo firme ante el rugido que amenazaba con sacarlo volando a quien sabe donde.

—¡Muéstrate! ¡Muéstrame quien eres! No tienes nada que hacer aquí! ¡Así que Muéstrate de una vez!

Una carcajada profunda fue su respuesta. La nada se agitó sobre él intentando absorberlo. Sonidos en su propia mente, recuerdos enterrados ahora salían del rincón donde los tenía guardados.

—¿Crees que rebuscando en mi memoria vas a poder vencerme? ¡Muéstrate y acabemos con esto. Deja al muchacho y márchate.

¿Qué puedes tú contra mi, Elí? ¡Elí, Elí… ¿qué puedes hacer contra mi?

Las voces de nuevo se agitaron en un tono burlón. Repetían su nombre y cada vez más fuerte. Elí se aferraba a si mismo intentando mantenerse en pie. Tenía que resistir, aunque supiera que no tenía como ganar.

Recuperar a Robin sería más difícil de lo que calculó.

—Sé que estás ahí, s que puedes escucharme. Regresa a mi, tienes que volver con nosotros. Tu hermana te necesita a su lado. Sé que me escuchas, puedo sentir tu presencia. Eres más fuerte de lo que quieres creer, escucha mi voz. Ven hacia mi.

Era su último recurso. Llamar al muchacho y tratar de sacarlo de su propia mente. Robin tendría que ayudarse a sí mismo, era su único salvador.

Vamos, lo llamó en silencio, vamos, sé que me oyes… Ven a mi, hazlo. Pelea, tú y solo tú puedes pelear contra esto.

—¡Noooooo!

Las voces se concentraron en una. La oscuridad se convirtió en un torbellino y pronto sus ojos pudieron ver de nuevo. Elí se irguió apenas, justo antes que aquella presencia lo derribara.

—¡Sé que me escuchas! Sé que estás ahí, no te rindas ahora…

Era Robin quien estaba sobre su cuerpo, apretándolo contra el suelo y hundiendo sus manos sobre su garganta. Era el rostro del muchacho, contorsionado por el odio y la ira. Elí podía perderse dentro de sus ojos y nunca más ser encontrado. Si seguía mirándolo se perdería también.

—¡Esto es tu culpa! —gritó Robin usando su propia voz—¡Tú me hiciste esto!

Elí intentó responder, pero no encontró modo de hacerlo. La presión era demasiada. Robin tenía el control de la situación, estaban en su territorio.

La situación se le iba de las manos. Robin no le daba tregua, su rostro encerraba el odio y la ira que alimentaba a la entidad que lo poseía. No iba a fallarle al chico, iba a sacarlo de ese estado al precio que fuere.

—¡Es tu culpa, tú me hiciste esto! —repetía Robin ajustando más y más su garganta.

Imposible rendirse ahora y dejar que todo se vaya al abismo. No podía dejar que Robin se pierda en su odio, sería muy difícil rescatarlo si llegaba a suceder.

—¡No vas a ganarme! ¡Deja al muchacho y enfréntame a mi! —gritó con lo poco de voz que pudo zafar de su garganta —¡Muéstrate y enfréntame  a mí!

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