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Corpóreo y mundano VII

Apenas salimos de ese muladar, no podía dejar de sentirme inquieto. Llevaba conmigo el cuerpo magullado y casi inerte de Frank.  Casi si me costaba reconocerlo por lo mal que se veía. Pero era él, el mismo omega quien noches atrás gemía en mis brazos.

El pequeño de Frank venía con nosotros, a escasos centímetros y bien sujeto de la mano de su progenitor. Intentaba valientemente llevar el mismo paso que yo imprimía, así que al darme cuenta del esfuerzo que estaba haciendo ese niño, tuve que desacelerar un poco.

Frank pareció agradecido por ello.  Aun envuelto en mi ropa, temblaba ligeramente y sin duda le estaba costando mucho mantenerse en pie. Podía estar seguro que su condición era delicada, sólo bastaba con darle una mirada a sus heridas.

— ¿Todo esto lo hizo el tal Roger? — se me escapó en un susurro rabioso, pero lo vertí al oído de Frank, evitando que el niño me oyera.

No necesitaba una respuesta, pero Frank asintió con la cabeza débilmente. No quería mirarme a la cara.

— Frank la última vez que estuvimos juntos… — sentí como su cuerpo temblaba al escuchar esas palabras. —Me percaté que tu alfa no te tenia marcado. ¿Me equivoco?

Frank se detuvo y ligeramente giró su rostro hacia mí. Tengo que reconocer que me afectó ver lo poco y nada que quedaba de las miradas que antes me dirigía. Ahora con los dos ojos hinchados y con el rostro magullado, parecía una persona distinta.

— Ro… Roger jamás me ha marcado…— su voz quebrada y llena de dolor por verse en ese estado.— El… Él nunca lo hizo, decía que jamás se amarraría a un omega.

Al terminar la oración se desenredó de mi cuerpo para abrazar al niño que se aferraba a su mano.

— Roger decía que Vanni era un error… Pero que le sacaría provecho de todas maneras…— revolvió el pelo del pequeño con las pocas fuerzas que le quedaban. — Señor Elemiah, por favor se lo ruego, llévese a Vanni lejos. No deje que Roger lo encuentre. Salve a mi hijo… Sálvelo a él antes que a…

Frank no pudo continuar, tosió y algo de sangre abandonó su boca.  Lo vi intentando cubrirse, para no asustar al niño, pero sin duda no podía más. Perdió el conocimiento y a tiempo reaccioné para no dejarlo caer al suelo.  Lo levanté en mis brazos y el niño empezó a llorar en silencio.

No tenía como cargarlos a ambos, pero tenía que buscar atención médica lo más pronto posible.

— ¡Ey escúchame! — le dije al niño quien se cubría el rostro con ambas manos. — Necesito tu ayuda.

Sucedió entonces, dejó de llorar y me miró con sus pestañas inundadas en lágrimas.

—¡Alfa malo quieres llevarte a Frankie! —  Sus golpes contra mi comenzaron nuevamente.

—¡Detente! Escúchame también, sé que me puedes entender mejor nadie. Frankie necesita un médico y tú también.  Cuando le curen las heridas vas a poder estar con él como antes.

El niño se detuvo entonces, pero su rostro reflejaba total desconfianza. A su corta edad podía entender bien la situación y sólo notarlo, hizo que le corazón se me encogiera.

—Te prometo que nada malo le va a pasar a Frankie.  Necesito que camines conmigo sin rezagarte para que podamos llevarlo a que lo curen. También que dejes de llorar y que seas valiente. Iremos en mi auto hasta el hospital donde los van a atender a ambos. ¿Puedes ayudarme con eso?

Me miró como lo hubiera hecho un adulto, fijamente y en completo entendimiento de mis palabras. Se secó la cara y casi tartamudeando susurró que me ayudaría. Llegamos a mi auto y se adelantó para abrir la puerta y dejarme colocar a Frank dentro.  El niño subió también, al asiento trasero y cerró por dentro.

Tenía que aceptarlo, me sentí orgulloso de la valentía de ese pequeño omega. Dejó de llorar y se sentó muy tranquilo, mientras yo tomaba el volante y manejaba a toda prisa.

En el camino no supe si llevarlos al hospital más cercano o a mi departamento. Si tenía que secuestrar a un doctor para que los atendiera, que así fuera. Podía hacer unas llamadas y cobrar algunos favores. Así que me pude comunicar con Nicolás, un viejo compañero de clases. Era un médico y luego de explicarle la situación me dijo que me dirigiera una pequeña clínica al norte de la ciudad, donde él trabajaba.

No perdí más tiempo y una vez llegamos al estacionamiento, Nicolás salió a recibirnos.  Nos estaba esperando con una camilla y un par de enfermeras que corrieron a nuestro encuentro. Una vez más tomé a Frank entre mis brazos y al ver su estado, Nicolás me regaló una mueca amarga. Las enfermeras tuvieron la misma reacción.

— No sé qué habrá pasado con este muchacho Elemiah, pero desde ya has de saber que su estado es complicado. No te daré un diagnostico hasta poder revisarlo

—Ni qué lo digas, espera… hay alguien más que atender. —le respondí sin siquiera saludar a Nicolás como yo quería.

Regresé al auto y tomé al niño en mis brazos. Se aferró a mí, asustado por las caras nuevas. Una de las enfermeras se acercó para recibirlo, pero el pequeño omega no quería soltarme.

—Está bien, ella te va a cuidar. —le dije intentando entregarlo, pero no sirvió de nada. Con más ahínco y sus manos heridas se aferró a mi cuello rompiendo en llanto.

No me quedó más opción de llevarlo dentro en brazos. Una vez en los pasillos, me lo arrebataron entre dos enfermeras, para dejarlo sobre una camilla. Su llanto se hizo más fuerte y desesperado. Estiraba sus manos heridas para buscarme y que no lo dejara solo.

Quise seguir la camilla donde se llevaron al niño, tras las puertas de emergencia. Pero no me dejaron. Un enfermero me detuvo y me mandó a sentarme en la sala de espera. Papeleo, me indicó. Tienes que llenar unas formas y no sé qué más, me dijo.

Hice lo que me pidió, sintiendo que necesitaba sentarme un rato y despejar mi mente. El llanto del niño se me quedó en los oídos y no me faltaban ganas de irrumpir tras esas puertas, sólo para decirle que todo iba a estar bien.

En la sala de espera me dieron una torre de papeles para llenar, pero los abandoné sobre un asiento vacío. No sé por cuanto tiempo tuve que esperar, porque me la pasé recorriendo la sala entera, poniendo nerviosos a todos los presentes.

De un momento a otro, Nicolás apareció por las mismas puertas que se lo tragaron, quien sabe, horas antes. Venía todavía con la mascarilla puesta y se me acercó para conversar conmigo.

xxx

Cuando por fin nos detuvimos, Angelo cayó de rodillas. Rendido completamente y sin aliento, se sujetaba el vientre y tuve miedo que fuera a parir en plena vereda. La noche nos abandonaba y pronto iba a amanecer. Necesitaba encontrar un lugar para escondernos y descansar un poco.

Tuve deseos de dejarlo atrás. De correr por mi cuenta y no tener que arrastrarlo conmigo. Pero no podía hacerle algo así a Angelo. Ahora era mi responsabilidad. Si lo abandonaba a su suerte. ¿Qué iba a ser de él?

Un omega tan preñado con él, no llegaría lejos. Caería en manos de algún inescrupuloso Alfa bastardo o peor, en manos de la policía y quién sabe. Descarté esa idea de mi mente, en ese momento tenía que pensar en algo y rápido.

Por ahora Angelo se incorporaba como podía. Al parecer aterrorizado de que lo fuera a dejar botado como un perro. No tenía que decírmelo, podía leer el miedo en sus ojos.  Quizá debería decirle algo, darle unas palabras de aliento, pero no lo hice. Sólo lo obligué a levantarse, para seguir arrastrándolo en busca de un refugio.

Encontramos un lugar para los dos, tras las columnas de un edificio viejo. Parecía abandonado y nos daría la suficiente oscuridad para ocultarnos en lo que restaba de la noche. Angelo se tumbó en el suelo, aparentemente feliz de por fin poder detenernos. No tardó en dormirse sobre sentado, abrigado en mi chaqueta vieja, abrazando su enorme barriga.

Empecé a sentir tanta envidia por él. Porque yo no podía conciliar el sueño. Quizá en lo que me restaba de existencia, no volvería a dormir tranquilo.  Lo dejé entonces, albergado por la oscuridad del refugio y me aparté un poco de él. Necesitaba estar solo un rato y pensar en lo que iba a hacer con ese omega.

¿En qué mierda estuve pensando? ¿Por qué tuve que ser tan imbécil e intervenir en dónde no me llamaban? Bien pude largarme de la escena y dejar que ese maldito Alfa termine por matar a Angelo.  De todos modos, era cuestión de tiempo que ese pobre omega muriera en manos de ese u otro Alfa asqueroso.

Tenía tantas ganas de darme de cabezazos contra la pared, por mi propia estupidez. ¿Ahora qué? ¿Me iba a hacer cargo de Angelo como si fuera una jodida mascota? ¿Cómo lo iba a alimentar? Cuando le tocara parir. ¿Dónde lo iba a llevar?

En ningún hospital iba a recibir a un par de omegas sin Alfa.  Tampoco podíamos andar así libremente. Angelo llamaba demasiado la atención, especialmente con los siete meses de embarazo que decía tener. ¡Carajo!

¿A dónde ir? ¿Qué hacer? Estaba tan solo en el mundo. No tenía a nadie a quien recurrir. Ahora con un bulto a mis espaldas y sin el coraje suficiente para dejarlo botado a su suerte.

Regresé al lado de mi único compañero de desgracias. Angelo estaba profundamente dormido y tenía el rostro hinchado por la paliza que recibió de aquel Alfa bastardo. No podía arrepentirme de haberlo librado de ese malnacido. De haberme hecho a un lado, seguro en ese momento estaría muerto. Él y el bebé que llevaba en su vientre.

Inevitablemente y al verlo, me puse a pensar en Nana. Me dolía tanto recordarlo, pero más me lastimaba no haberle dicho que lo sentía, no haberle pedido perdón por todo el mal que le causé. Iba a cargar esa culpa hasta el final de mis días.

Nana siempre pensó en mí y mis hermanas. Yo fui un idiota, jamás entendí sus motivos para alejarnos de él. Llegué a creer que Nana era tan malo como el Alfa bastardo que es mi padre. Si me hubiera dado cuenta que sólo buscaba lo mejor para mí, pero fui un jodido idiota.

No podía volver el tiempo, pero podía devolverle el favor a la vida, cuidando de Angelo. Me acomodé a su lado, intentando abrazarlo para darle un poco de comodidad, pero sólo conseguí despertarlo.

El modo como me miró, me hirió en lo profundo del pecho. Angelo despertó aterrado, levantó ambas manos hacia mí, como para protegerse de mi presencia. Se contrajo cerrando los ojos, como si esperara a que le hiciera daño.

—Calma. —le dije en un susurro. —Tranquilo.

Al parecer me reconoció, pero aún se veía confundido. Intentó sonreír, pero podía ver que lo único que hacía era tratar de protegerse a sí mismo. Agachó la cabeza, con un gesto de sumisión que me heló la sangre y sólo se quedó esperando  mis siguientes movimientos.

Lo abracé entonces. Lo apreté contra mi cuerpo para robar un poco de su calor. Necesitaba sentir el cuerpo de alguien más contra el mío, para no sentirme tan solo. Angelo dejó que yo hiciera mi voluntad e incluso me devolvió el gesto, con besitos sobre mi cuello. Por un momento olvidé la vida a la que estaba acostumbrado este pobre omega y lo aparté de mi lado.

—No quise despertarte. —le dije susurrando todavía. —sólo quería dormir a tu lado.

Me miró entonces, todavía algo confundido, pero no dijo nada. Me abrazó de nuevo y se acurrucó contra mi pecho.  Nos quedamos dormidos, uno junto al otro. Albergados por las sombras difusas de la noche y en la más fría soledad.

***

Nos despertó la bocina de un auto. Era ya de mañana y hora de movernos a otro lado. El edificio que nos refugió, en efecto estaba abandonado, pero las calles aledañas cargadas de gente. Tuve que arrastrar a Angelo porque caminar le resultaba un logro.

Tenía un plan en mente. Conocía un lugar a donde podíamos ir y si contábamos con suerte, alguien que nos daría una mano.

No me atreví a prometerle nada al omega que me seguía envuelto celosamente en mi chaqueta usada. Arrastraba los pies y podía sentirlo respirar pesado. No se quejaba, sólo avanzaba despacio tras mis pasos.

Muy a mi pesar, estábamos llamando la atención. Quizá era el hecho que yo llevaba de la mano a un Omega embarazado y en muy mal estado. Además, mi olor es tan fuerte que, a pesar de caminar entre la gente, no pasaba desapercibido. Entonces me acordé de un detalle importante.

De la chaqueta que llevaba Angelo, obtuve la bufanda que le robé al idiota de Elemiah. Al tomarla en mis manos, todo el cuerpo se me estremeció. Su olor todavía seguía impregnado en las fibras y podía sentirlo tan fuerte que un calor me empezaba a invadir.

Incluso Angelo pudo notar aquel perfume a madera que era lo más cercano al aroma espeso que brotaba de la piel de Elemiah. Me envolví en la bufanda, aspirando a mis anchas todo aquel olor que me hacía hervir la piel. Me erguí entonces y puse en marcha mi mejor acto.

Durante muy buen tiempo pude pasar inadvertido entre la gente. Mi olor escondido bajo las prendas que le robaba a Alfa de por ahí. Sólo bastaba con caminar con cara de petulancia, como si el mundo me perteneciera y arrastrar a Angelo detrás de mí, como si de un perro se tratara.

El resto del camino que recorrimos, fue menos penoso. Porque por lo menos los ojos de la gente no nos escudriñaban al pasar.

—Espérame aquí. —le ordené a mi omega y me sentí tan bastardo como cualquier Alfa del universo.

Debía estar representando mi papel a la perfección, porque Angelo se contrajo ante el sonido de mi voz y asintió a prisa. Se quedó de pie donde lo dejé, en el fondo de un callejón, a unas cuantas puertas de la cafetería donde yo solía trabajar.

Mi fe y esperanza estaba puesta en Alessa. Mi compañera de trabajo, aquella que me ofreció aquellas pastillas que al final no sirvieron de nada, era mi única opción. Sólo necesitaba que ella me sacara algo de comer para mi pobre omega muerto de hambre y de repente un café para mí. No me atrevería a pedirle nada más.

Angelo me dio el dinero que le robó al bastardo de su Alfa y yo lo usaría para comprarle comida. Necesitaba alimentarse por el bien del bebé que esperaba y con esa idea me aventuré hacia mi antiguo trabajo.

A esa hora de la mañana, había mucha gente y sería fácil confundirme entre el resto. Por un momento y al entrar, me dio miedo. De repente el imbécil de Elemiah andaba por ahí. No, no estaba presente. Lo percibiría al instante, su olor no me dejaría en paz.

Alessa estaba atendiendo a un cliente cuando me vio asomarme. En seguida me sonrió y pronto le dijo a otro empleado, que yo no conocía, que se encargara de la tienda un momento. La vi avanzar hacia mí y de pronto me empecé a acobardar.

¿Qué le diría? De repente ella me iba a denunciar. Quizá le diría a mi jefe que yo estaba ahí. Tal vez se negaría a ayudarme.

—¿Qué haces aquí Miles? Me enteré que te echaron… pero… ¿por qué volviste? ¿Qué pasó?

—Alessa, es una larga historia. Necesito tu ayuda. —le dije apresurado y tomándole la mano. —Por favor, necesito un pan o algo así y una taza de leche, por favor.

Le puse un billete en la palma y ella reaccionó sorprendida.

—Estaré afuera, no quiero que tu jefe nos vea.

—Pierde cuidado, está en casa enfermo con gripe. —me respondió. —Dime Miles ¿qué te sucede?

—Por favor toma el dinero y cómprame lo que te pido. Necesito comida y te espero afuera. Te explico todo afuera.

Fue lo único que le dije, antes de escaparme de esa cafetería como si me persiguiera el diablo. Lo último que necesitaba era exponerme a los ojos de los presentes. Especialmente a ciertos ojos de fiera que no quiero volver a ver nunca más.

Regresé a nuestro refugio improvisado y encontré a Angelo apoyado contra un muro. Al verme se sobresaltó e intentó regresar a la posición donde lo dejé cuando partí.

Sentí tanta lástima por este omega, apenas podía sostenerse en pie, pero trataba de obedecer la orden que le di. ¿Es qué acaso le inspiraba temor? No, si era fácil notarlo por el modo como me miraba. Jamás le haría daño, solamente quería ayudarlo.

No sé hasta qué punto fue beneficioso que lo arrancara del lado de ese tal Rocco. Angelo parece perdido, sin saber cómo actuar frente a mí. Soy tan omega como él, no tengo ninguna intención de tratarlo como si fuera inferior a mí. Así que esa actitud suya, tiene que terminar ya mismo.

—Acomódate en el suelo, no tienes que estar de pie. Debes estar muy cansado.

Noté su incertidumbre, Angelo no supo si sentarse o responderme o las dos cosas a la vez. Apenas si retrocedió buscando donde reposar, pero regresó al momento los ojos hacia mí. Odiaba esa actitud tan sumisa, la conocía bien, demasiado bien.

—Y ahora ¿por qué no me hablas? Si te quedas callado esto va a ser muy aburrido. —le dije frotando mis propios brazos.

Empezaba a sentirme agotado también. Pero no tenía tiempo para descansar, si no ver la manera de sobrevivir la situación.

—Es qué… No sé… qué decirte… Miles sin Alfa. No soy bueno hablando…

Me dolieron sus palabras, porque una vez más y sin quererlo, Angelo tocó una fibra sensible dentro de mí. De pronto al verlo ahí tumbado sobre cartones sucios, pude verme a mí mismo, lo que hubiera sido de mí si Nana no hubiera actuado en mi vida.

Estuve muy cerca de convertirme en un omega como él. Pero tuve suerte, demasiada suerte.

—Me puedes decir tu nombre completo. Contarme más de ti. Eso para empezar. —le dije intentando espantar viejos recuerdos.

Angelo me miró sorprendido, parecía que no podía creer además que le estuviera pidiendo que me cuente de su vida. Lo vi encorvarse, todavía con mi chaqueta encima y giró el rostro hacia un lado.

—Ese es mi nombre. Rocco me lo dio cuando me compró. Antes no tenía un nombre, sólo me decían omega o si no huérfano.

—¿Cuándo fue eso? ¿Qué edad tienes?

Lo vi pensar un poco, parecía que intentaba rebuscar en sus memorias. Luego lo vi contar con sus dedos, para luego levantar el rostro y regalarme otra sonrisa cándida.

—Creo que tengo diecinueve. ¿Qué viene después del dieciocho? ¿Diecinueve no? ¿O dieci-diez?

—Diecinueve. —repetí y el dolor que sentía en el pecho sólo crecía a cada segundo. La rabia también se empezaba a abrir paso en medio de esta sensación tan profunda.

Angelo sólo tenía diecinueve años de edad y para ser un omega era bastante normal que estuviera preñado y ya con varios niños. Sí, ese fue el destino del que me libré.

—¿Tú Miles sin Alfa?

—Tengo veintiuno. Soy mayor que tú así que te voy a cuidar de ahora en adelante. Puedes confiar en mí. No te voy a hacer daño.

Me sonrió otra vez y su rostro amoratado cobró cierta luz que antes no tuvo. Le dije que lo cuidaría y así iba a ser. Tenía mucha experiencia con ese tipo de heridas. Durante toda mi infancia vi a Nana en ese estado precario. Me volví un experto curándolo, cuando dejaba que lo ayudara. Me llegó a parecer tan normal ver a Nana siempre magullado, que cuando no lo estaba, me parecía desconocerlo.

—¿Y tienes bebes?

La voz de Angelo todavía tenía cierto matiz infantil que no la abandonaba. Me tomó un momento responderle. No quería espantarlo con mis ideas radicales, así que pensé un poco la respuesta.

—No. Nunca he estado preñado.  No quiero estarlo. Es mi cuerpo y yo decido sobre este.

No, si ahí iba yo hablando de más. Angelo se sorprendió de nuevo ante mi comentario. Pues era exactamente lo que pensaba, pero esa idea sería demasiado difícil de asimilar para ese pobre y maltratado omega.

—¿No fue esa la razón por la qué tu Alfa te botó? —me preguntó entonces. No me creía, lo podía ver en sus ojos. Pensaba que inventaba excusas para justificar que no tenía un Alfa que me controlara. —No sé Miles… Es qué… yo sé de otro omega que no podía preñarse, ya no me acuerdo de su nombre… Rocco lo iba a vender porque no le servía… Pero no… al final lo… lo mató… le apretó el cuello así… y lo mató.

Nos quedamos ambos en silencio. De pronto no supe como contestar a ello.

—Pero tú tienes suerte Miles… Tu Alfa es bueno, no te mató o te vendió a otro Alfa más malo. Sólo te botó de su lado. Te puedes encontrar otro Alfa y todo va a estar bien. Pero, si no puedes tener bebés de repente puedes tener a este… no sé…

—No Angelo, yo no tengo Alfa porque yo no quiero.

—Entonces por qué no sueltas esa bufanda. ¿Ah? ¿Era de tu Alfa no? Es lo que te quedó de él. ¿no?

—Sí era de él. —le respondí y recién caí en cuenta que todo este tiempo me la pasé retorciendo una de las orillas de la dichosa bufanda. — Me la quedé porque me es útil. Tiene su olor y me sirve para tapar el mío.

No esperaba que Angelo entendiera o me creyera, sin embargo, dejó el tema. Lo vi acurrucarse de nuevo sobre los cartones viejos y suspirar hondo. Estaba visiblemente adolorido y yo no tenía modo como aliviarlo.

De repente debí pedirle a Alessa que me prestara el botiquín de primeros auxilios que guardaban en la oficina de la cafetería. Una aspirina para el dolor, también serviría de mucho.

—Como ya te dije, voy a cuidar de ti Angelo. No tienes de qué preocuparte. Voy a encontrar comida y ver el modo que estés bien.

Esas sólo eran palabras, demasiado grandes para mí, demasiado pequeñas para enfrentar la situación en la que estábamos. Angelo seguro necesitaba atención médica, estaba bastante golpeado y seguro tenía algún hueso roto. Cuando le tocara parir, tendría que llevarlo a que lo atiendan y nadie nos iba a recibir en un hospital.

Un par de omegas, sin un Alfa no iban a llegar muy lejos.

Entonces tenía que evaluar mis posibilidades. Si buscaba ayuda en Elemiah seguro me botaba a la calle como un perro apenas me viera.  No sin antes burlarse de mi.  Buscar otro Alfa era otra solución, pero iba a ser el mismo infierno para Angelo y para mí.

Alessa apareció al poco rato y nos asustó a ambos. Ella se veía más sorprendida que nosotros y se acercó con cautela. Traía lo que le pedí, una taza de leche caliente para Angelo y una bolsa con comida.

—Ahora sí cuéntame qué paso, Miles. —reclamó apenas me entregó la taza. —Supe que te echaron, que tu Alfa vino a buscar a tu jefe y le armó un problema. Pero a ti no te volví a ver. ¿Qué sucedió?

¿Cómo empezar a contarle a Alessa el lio en el que estaba? Me alejé de Angelo quien en seguida empezó a comer, sin quitarnos los ojos de encima.

Alessa me siguió hacia un lado y necesitaba su ayuda, así que le diría todo.

—Estoy en la calle, no tengo dinero, no tengo donde quedarme. Encontré a Angelo  y lo rescaté de su Alfa, estaba a punto de matarlo. Mi Alfa me dejó ir, me dijo que me largara y eso hice. Ahora no tengo donde ir, no sé qué hacer Alessa. Esa es la situación.

A quemarropa, sin detenerme ni para respirar. Ella me escuchó y vi su rostro llenarse de preguntas. Sin duda quería saber más de la situación, porque mi explicación fue bastante escueta.

—Sí ya veo que tienes problemas Miles. Pero, ¿qué hiciste? Pensé que tu Alfa te… tú sabes, todo estaba bien con él. ¿Qué vas a hacer ahora?

—No lo sé, estoy abierto a ideas. No sé si conoces a alguien que me pueda dar un trabajo o algún lugar para quedarnos por mientras. Angelo no puede estar en la intemperie, con esa barriga tan grande.

—Yo sé, yo sé, pero…Miles. No entiendo como así dejaste que tu Alfa te corriera. Ya sabía que eso de andar disfrazándote de beta no te iba a llevar a nada, pero mírate ahora.

No quería seguir escuchándola, porque en la sociedad en la que vivimos sus palabras tenían una dosis alta de razón. Mas no en mi mundo. Yo debería tener la libertad de llevar una vida tranquila, trabajar como antes y pagar mis gastos. Ahora que me habían descubierto, no tenía como.

—Pero estas de suerte Miles. Mi Alfa es muy bueno. Es demasiado bueno conmigo, no tienes idea. Además, siempre está buscando omegas que quieran trabajar y no se metan en problemas. Le daré una llamada a ver que dice.

¿Ella estaba hablando en serio? Es decir, de verdad creía que su Alfa nos daría una mano.

—Hagamos algo, encontrémonos después del trabajo en el parque ese de allá. Por la pileta de agua. Ahí seguimos hablando. Tengo que volver a la cafetería. Nos vemos Miles.

Alessa me tomó de las manos y sonrió ampliamente. Luego se marchó sin perder la alegría de su rostro y me dejó desconcertado.

No supe que hacer entonces. Si creerle y confiar en ella o tomar a Angelo y seguir nuestro camino. Confiaría en ella, porque a esas alturas no teníamos nada que perder. Angelo me miraba desde su rincón, masticando despacio un pedazo de pan y cuando descubrió que lo observaba, se detuvo.

Regresé a su lado y me hizo un lugar sobre los cartones que acomodó para estar más cómodo.  Tomé una de las rosquillas que Alessa empacó para ambos y me pude terminar una.  Nos quedamos en silencio entonces y luego de un rato, me di cuenta que Angelo se quedó dormido, todavía con un poco de pan en la mano.

Lo abracé entonces y dejé reposar sobre mi cuerpo. Angelo se sobresaltó de nuevo, pero al reconocerme, se acurrucó contra mí. Murmuró algo que no le entendí y se volvió a quedar dormido. Entonces me quedé acariciándole el cabello, creo que me venció el cansancio también.

Xxx

Le di una buena sacudida a Angelo, me arrepentiría luego. Necesitaba que se levantara y llevarlo hacia donde quedé en encontrarme con Alessa. Ella dijo que al final de la jornada y como nos quedamos dormidos, no tenía idea de cuánto tiempo pasó de ello.

Angelo me siguió en silencio, apenas cubriéndose con la chaqueta que tenía puesta. Lo arrastré hacia el parque donde nos encontraríamos y nos tumbamos junto a la pileta de agua. No estaba seguro que fuera un buen lugar para esperarla. Había demasiada gente ahí. Angelo seguía llamando la atención, a pesar de tener mi chaqueta puesta, tenía las piernas descubiertas y el rostro bastante maltratado. Con sólo mirarlo, no era difícil imaginarse la clase de vida que llevaba.

Me sentía inquieto. Si Alessa no aparecía, entonces no sabía que iba a hacer. Podía dejar a Angelo en ese parque, decirle que me esperara, que no tardaba en venir y desaparecería para siempre. Deseché la idea de inmediato. No podía hacerle eso a ese pobre. Angelo notaba mi nerviosismo, pero no decía nada. De reojo vi como metía una mano en la pileta y se mojaba los dedos para luego chupárselos con ganas. Tenía sed y no encontraba una mejor manera de beber sin ser demasiado obvio.

Ahora trataba de lavarse la cara, como lo haría un gato. Apenas mojándose la palma y frotándola contra su rostro magullado. Me distraje entonces, observando la inocencia en sus acciones. Imposible dejarlo abandonado. Tendría que conservarlo.

A unos pasos de nosotros, un par de ruidosos chiquillos alfa, pasaron corriendo. No era difícil reconocer su condición, por el modo como iban vestidos. Un niño omega jamás usaba ropa tan vistosa y elegante. Ningún omega poseía nada tan fino, aún viviendo bajo el techo de una familia acomodada.

Tras los niños alfa, venía apurada una mujer omega. Sin duda era la niñera y se mantenía al pendiente. La madre de los niños, una Alfa quedó rezagada. Conversaba por teléfono mientras se balanceaba en sus zapatos de taco.  Uno de los niños tropezó y fue la omega quien corrió a atenderlo. Levantó al pequeño en sus brazos y este la abrazó lloroso.

Ella le sacudió los pantalones empolvados, le acarició el rostro, le secó las lágrimas y hasta le besó la frente. El otro niño alfa acababa de acercarse a la pileta, al parecer curioso. Angelo lo miraba con quizá el mismo interés.

—¿Por qué tienes la barriga tan grande? —le preguntó el niño Alfa con la inocencia de su corta edad.

Angelo se lo quedó mirando e intentó taparse un poco, pero era demasiado tarde. La pregunta estaba hecha. Ahora ese niño quería una respuesta. Tendrían que dársela, no podían desobedecer a un alfa.

—Comí mucho. —respondió Angelo con naturalidad.

Al parecer la respuesta convenció al curioso y sólo hizo una mueca, para volver al lado de su niñera y hermano. La madre alfa les dio el alcance, sin dejar el teléfono de lado, sólo observó como la omega atendía al niño. Pronto dejó de llorar y se pusieron en marcha de nuevo. Los niños a correr, la omega a cuidarlos celosa y la madre despreocupada caminando tras ellos.

Quizá era mi imaginación, pero Angelo se quedó mirando toda la escena con cierta tristeza. Esa mujer omega quizá tenía hijos también, pero no la oportunidad de criarlos. Ella atendía niños ajenos, niños Alfa y a los suyos se los quitaron tal vez. Solía suceder. Era parte de la realidad de nacer omega. Angelo no pudo conservar a los otros niños que trajo al mundo. Nana en cambio, tuvo suerte. Le dejaron quedarse con sus hijos, hasta que llegó el momento que los Alfas de la casa decidieron venderlos como mercancía. Pero era mejor no pensar en eso.

Alessa no aparecía y quizá era hora de partir. No era buena idea quedarse en ese lugar público. Alguien podía reconocerlos. Tomé a Angelo de la mano y lo obligué a levantarse. Ese pobre apenas podía con su propio cuerpo, pero aun así me obedeció.

Vagaríamos sin rumbo de nuevo, no nos quedaba de otra. Le di una nueva mirada al panorama y pude divisar a Alessa. Venía batiendo un brazo, animada como siempre, llamándonos. Creo que nos acercamos a ella, más rápido de lo que debíamos. La cosa no era llamar la atención, pero conseguimos lo contrario.

—Lamento la tardanza, tuve que cerrar la tienda sola y bueno… Tengo noticias, pero se las cuento luego. Ahora vengan conmigo que nos están esperando.

Nos anunció y creo que nos quedamos perplejos. Alessa toda sonrisa, nos guió hasta un auto estacionado en la vereda contraria. Abrió la puerta y nos indicó que subiéramos. No supe que hacer, en el asiento del chofer un sujeto con cara de pocos amigos nos recibió.

—Gracias por esperarnos, Samir. Ya estamos listos, cuando quieras partimos.

El chofer comentó algo que no alcancé a escuchar y arrancó el auto. Ese sujeto era un alfa también y no nos dejaba de lanzar miradas desde el espejo retrovisor. Angelo se acurrucó a mi lado, al parecer intimidado por la presencia de ese sujeto y toda la situación. Alessa en cambio, muy relajada, sacó su teléfono del bolso y empezó a textear sin control.

Yo esperaba que nos diera luces de hacia dónde íbamos. Al menos las noticias que dijo que tenía para nosotros, aunque sospechaba de que se trataba. Luego de un rato de sólo fijarse en su teléfono, por fin nos prestó atención de nuevo.

—Listo, Massimo es el mejor alfa que hay. Lo siento Sami, pero es verdad. Massimo es mi alfa y es tan apuesto, tan bello que me ha dejado que los ayude a los dos. No se imaginan lo afortunados que son ustedes. Todo va a estar bien, Miles. Massimo se va a encargar de ti y de ti también.

El tal Samir sólo rió entre dientes, allá en el asiento del chofer. No dijo nada, pero las miradas no cesaron. Alessa iba a volver al teléfono, pero la detuve entonces.

—Pero, ¿estás psegura? —imposible que así de fácil nos acepte ese tal Alfa. Ella podía confiar mucho en él, pero yo no. —¿Qué te dijo? ¿Le dijiste qué necesitamos trabajo? Estoy dispuesto a trabajar muy duro y tú sabes que hablo en serio.

—Lo sé, yo le dije. Le expliqué la situación y me dijo que iba a aceptarlos a ambos. Como ya te dije, Massimo es muy bueno. Tiene muchos negocios, muchísimos. Es un hombre muy ocupado, pero siempre tiene tiempo para mí y ahora les va a dar la oportunidad de trabajar para él.

Todo sonaba tan bien, qué me costaba darles crédito a sus palabras. Angelo me miraba sin decir nada y podía leer en su rostro que quería confiar en Alessa.

Volvimos al silencio de antes y mi nerviosismo no cesaba. Alessa regresó a su teléfono y sólo levantó el rostro cuando el auto se detuvo frente a la puerta de un edificio de departamentos.

—Acá me quedo yo.—anunció animada y no perdió el tiempo para bajarse. —Nos vemos luego Miles. Ciao Sami, nos vemos mañana.

Eso fue todo. Ella se despidió apenas y desapareció tras la puerta de aquel edificio sin mirar atrás. Tuve ganas de correr tras ella, bajarme del auto también, pero no me atreví. El tal Samir puso en marcha el auto y partimos de inmediato.

Angelo se recostó contra mi hombro y tímidamente intentó abrazarme. Lo rodeé con un brazo para darle seguridad, aunque yo mismo no sabía como actuar ante esta situación. Samir nos miraba a través del espejo retrovisor. El camino que siguió transcurrió en el mismo silencio de antes.

Dándole una mirada a la calle, descubrí que acabábamos de dejar Verona atrás. Tomamos la carretera y perdí la noción del tiempo mientras el auto no se detenía. Angelo dormitaba a mi lado y no me atreví a contagiarle mi preocupación.

Tenía que buscarle el lado positivo al asunto. Por lo menos estaba dejando la ciudad atrás. Era lo mejor. Así no tendría que andar preocupado en cruzarme con cierto Alfa del que prefiero no acordarme.

Samir se detuvo frente a una tranquera, que parecía conducir a un conjunto de hangares. La zona era sin duda industrial y una caseta de donde salió un sujeto armado, nos dio la bienvenida.

El auto apenas si se detuvo, sólo para que la tranquera se levantara y Samir le hizo un saludo con la mano a quien custodiaba la entrada. Mi nivel de nerviosismo aumentó y tuve un muy mal presentimiento. Desperté a Angelo y también se puso en guardia.

Nos detuvimos dentro de un hangar y fue Samir quien esta vez no sólo nos miró por el retrovisor, si no que nos hizo un gesto para que nos bajáramos.

Lo hice yo primero, arrastrando a Angelo quien se colgó de mi brazo, visiblemente asustado. El lugar era enorme y la puerta se cerró con un sonido pesado. Samir no bajaba del auto, sólo nos miraba desde su asiento.

Un grupo de alfas nos salió al encuentro. Podía sentir su olor, ver sus expresiones duras y sus figuras descomunales acercándose. Serían unos diez de ellos, todos vestidos con trajes y zapatos brillantes. Angelo se escondió tras de mí y no lo pude culpar, cualquiera se sentiría intimidado ante aquella escena.

—Así que esto es lo que me envía Alessa. —exclamó uno de ellos, el que venía rodeado de todo el resto.

Lo supe sin que me lo diga, ese era el famoso Massimo. Ella no mintió al mencionar que era atractivo. Lo era y mucho, pero eso era lo de menos. Era un maldito Alfa y ahora estamos Angelo y yo a su merced.

A su lado avanzaba con la misma prepotencia de todo alfa bastardo, otro de ellos. Este en cambio tenía el cabello rojizo y una mirada que haría que el más valiente retroceda. Casi tan impresionante como el tal Massimo, no quizá más que él. Fue ese tipo quien le respondió algo a Massimo y ambos rieron entre dientes.

No tardaron en detenerse justo frente a nosotros. En mi condición de omega, tenía la obligación de agachar la cabeza y esperar su voluntad. Pero no lo hice, me quedé mirándolos a ambos, estudiando sus expresiones.

—Nombres. —reclamó Massimo.

—Yo soy Miles, él Angelo, nosotros…

—Shh…—me hizo callar con un gesto de mano. —Le prometí a Alessa que me haría cargo de ustedes y tengo palabra.

—Estoy dispuesto a trabajar muy duro para pagar mis gastos y los de Ang…

Massimo me interrumpió levantando la mano hacia mí. No me quedó otra opción que quedarme callado entonces.

—¿Qué piensas? —continuó dirigiéndose a su compañero, el de la mirada penetrante.

—Qué tienes a Alessa demasiado consentida. —respondió el compañero a modo de broma. —pero me gusta la idea del trabajo duro.

—Entonces Vico, el trabajo es tuyo. Son todos tuyos, tú te encargas. —anunció Massimo palmeando la espalda ancha de su amigo.

Sin más que agregar, Massimo se dio media vuelta y un grupo de alfas fue tras él, como perros amaestrados. Eran sin lugar a dudas sus guardaespaldas. Tan sólo tres de ellos se quedaron al lado del sujeto ese Vico.

—Será un placer. —respondió en tono de broma mientras Massimo se alejaba. —Así que tú eres Miles.

No supe qué decir, pero no podía acobardarme ahora. Me erguí entonces y estiré la mano para devolverle el saludo.

—Mucho gusto, yo soy Miles y él es Angelo.

A Vico le tomó un momento salir de la sorpresa y tomó mi mano con la fuerza que caracteriza a todos los alfas bastardos. Brutal me apretó todos los dedos y hasta jaló hacia su cuerpo, riéndose de mí.

—Eres sin duda interesante, omega. Es la primera vez que veo uno tan insolente y debo aceptar que no me disgusta.

Claro, seguro esperaba que cayera de rodillas ante él y le besara el calzado. Pues no, que se fuera acostumbrando a que no todos los omegas están en el mundo para servirle de alfombra. Aunque el pobre Angelo, temblaba en su sitio. Desde hacía un rato no levantaba los ojos del suelo y se veía aterrorizado.

—Ya oyeron a Massimo, me haré cargo de ustedes de ahora en adelante. —me dijo Vico aspirando mi olor.

Sí, no se molestó en disimular. Estoy seguro que también percibió el olor a Elemiah, brotando de la bufanda que tenía puesta todavía.

—Sólo pido que nos dé la oportunidad de trabajar para mantenernos y nada más.—insistí esperando ver el modo de vislumbrar los planes que tenían para nosotros.

—Hecho. —murmuró contra mi oído, aspirando escandalosamente mi aroma a omega. —Vas a trabajar para mí, Miles. De ahora en adelante eres todo mío.

Se rió de nuevo y no me gustó el modo como lo hizo. Me escarapeló todo el cuerpo y tuve la necesidad de soltarme de inmediato. Pero no había manera que huyera de su cuerpo. Esperé un momento hasta que por fin me dejó ir.

Vico le hizo una seña a uno de sus guardaespaldas y este se acercó.

—Llévatelos. —anunció alejándose entonces y dejándonos en manos de uno de esos Alfas.

Fue todo. El guardaespaldas nos tomó a cada uno del brazo y nos empujó dentro del auto donde aguardaba Samir. Se subió en el asiento del copiloto y el auto volvió a arrancar, sin que Angelo o yo nos atreviéramos a protestar.

Las cosas no podían empeorar, pensé. Más bajo no podíamos caer ambos, al menos eso esperaba. No lo sabía, era demasiado pronto para pronosticarlo. Por ahora sólo me quedaba abrazar a Angelo y tratar de infundirle coraje, aunque yo mismo no sabía de donde conseguiría algo para mí.

Xxx

Era una pieza pequeña, donde terminamos Angelo y yo, seguidos de cerca por aquel alfa cuyo nombre no conocíamos. A pesar de ser un espacio reducido, era más espacioso que el departamento que dejé atrás. Tenía una pequeña cocina, un refrigerador, una mesita con un par de sillas, una cama, un televisor y un cuarto de baño.

Un solo foco alumbraba toda la habitación y carecía de ventanas. En un principio nos quedamos sin saber qué hacer, de pie y en compañía de ese Alfa. Pero no duró mucho la incertidumbre.

—Ropa fuera. —el alfa masticó las palabras con su acento rasposo antes de terminar la frase. La acompañó además con un gesto que nos dejó en claro que quería que nos desvistiéramos.

Estuve a punto de protestar y negarme por todo lo alto, cuando noté que Angelo dejaba caer la chaqueta que traía puesta. Los pantalones cortos le siguieron y luego la camiseta. Debajo de aquellas pocas prendas, quedó completamente desnudo.

No pude evitar mirarlo, con cierta sorpresa, además. Su cuerpo estaba bastante maltratado y tenía cicatrices visibles. Estaba más delgado de lo que aparentaba.  La lástima no me duró mucho, porque en seguida giró hacia mí y me lanzó una mirada suplicante.

El alfa todavía esperaba que yo me quitara la ropa, pero no le iba a dar ese gusto.  Angelo lo supo y sus manos buscaron las prendas que me cubrían. Con cuidado retiró la bufanda de alrededor de mi cuello y ese simple acto, me hizo sentirme desnudo.

Apenas esa bufanda abandonó mi cuerpo, me sentí ansioso. Podía pelear contra Angelo, pero sólo empeoraría la situación. Ese alfa nos vigilaba de cerca y volvió a gruñir fastidiado. Las manos de Angelo retiraron también la camiseta, luego siguieron mis pantalones y yo tuve que ayudarlo a retirarlos de mis piernas. La ropa interior fue lo último que cayó al suelo y yo sentía que la cara me quemaba de cólera.

¿Qué más quería ahora? Ya estábamos desnudos frente a él. Al parecer, Angelo lo sabía, porque sus manos buscaron mi cuerpo, acariciando mi pecho.

—Baño, los dos, baño. —ladró el alfa, muy poco interesado en seguir mirándonos. Señaló el rumbo hacia donde teníamos que ir y se puso a textear en el teléfono que traía consigo.

Me tuve que aguantar las ganas de mandarlo a la mierda, pero con tal de no tenerlo delante, haría lo que fuera. Angelo me tomó de la mano y nos dirigimos derechito a donde nos mandaron. Una vez en el baño, cerré la puerta tras ambos y me sentí ligeramente más aliviado.

Angelo se mordió los labios y me pidió con la mirada que abriera la ducha para tomar un baño. Lo hice de inmediato, porque moría de ganas por asearme. Fue Angelo quien se colocó bajo el grifo primero, a disfrutar del agua tibia.

—Miles…—me dijo un momento después cuando ya estaba empapado y enjabonado.

—Dime.

Vi a Angelo vacilar, en el fondo sabía que quería que le dijera que todo iba a estar bien, pero no quería mentirle. No sabía que iba a ser de nosotros. No servía de nada darle falsas ilusiones.

—¿Has tenido sexo con otro omega?

Fue su pregunta luego de un momento de pensar como formularla. Me tomó por sorpresa, de nuevo. Primero me estaba bañando con otro omega, bastante cerca el uno del otro además y ahora esa pregunta.

—No. —le respondí a secas.

—Entonces… déjame que yo me encargo de todo. —continuó Angelo con su sonrisa cándida. —Yo sí lo he hecho muchas veces con otros omegas. A los clientes les gusta eso. Es diferente que cuando lo haces con un alfa, es… no sé… distinto… Un omega no es tan… tan como un alfa, no sé.

Y tampoco quería saberlo, la verdad. En lo último que podía pensar en ese momento era tener sexo con nadie. Pero Angelo tenía otros planes. De pronto me colocó ambas manos alrededor del rostro y me besó en la boca.

Sus labios buscaron que los míos se separen para ingresar su lengua dentro de mi boca. Lo hice retroceder, no estaba interesado en ese tipo de contacto. Angelo aceptó el rechazo, pero volvió a la carga. Una de sus manos masajeaba mi pecho y la otra buscó mi sexo.

—No te preocupes Miles, sólo relájate. Déjate acariciar y cuando estés bien duro, me puedes montar. Pero despacito, por favor.

Sus palabras tenían una dosis de inocencia que espantaba. Estaba dispuesto a dejar que lo monte, como dijo, porque era eso a lo que estaba acostumbrado. No podía olvidarme de ese detalle. Esa era la vida a la que estaba acostumbrado y de la noche a la mañana no iba a cambiar su manera de ver el mundo. Pero daba igual, porque no iba a tener sexo con Angelo, porque no lo deseaba y menos aún para complacer a ningún maldito alfa. No, jamás.

—Escúchame bien. —le dije sujetándolo de las manos y empujándolo con cuidado contra la pared húmeda. —No tienes que hacer esto.

Como esperaba, me miró desconcertado. Quiso protestar, pero no se atrevió. Bajó la cabeza y me sonrió, para luego salir de la ducha.

Me sentí algo aliviado al verlo alejarse y tomar una toalla para secarse. Angelo se detuvo frente al espejo, luego de secarse lo mejor que pudo.

—Miles. Tu alfa no te pegaba, ¿no?

No le respondí. No quería hablar al respecto. No tengo un alfa, Elemiah no contaba porque nunca le pertenecí. Seguí aseándome lo mejor que podía, intentando ignorar sus preguntas. Pero Angelo no se iba a quedar tranquilo.

—Seguro era muy bueno contigo. ¿No? Porque no tienes cicatrices como yo, tu piel está sanita. —Angelo ahogó un suspiro. —Rocco nos pegaba mucho. Yo pensé que me iba a matar un día, porque siempre era muy rudo.

—No lo vuelvas a mencionar. —mi voz sonó a orden. No podía dejar que Angelo hablara y dijera lo que sucedió con ese alfa bastardo. Ya estábamos metidos en suficientes problemas. —No se te ocurra nombrarlo de nuevo.

Angelo volteó a mirarme espantado y se disculpó a prisa.

—Tienes que prometer que no vas a decir nada a nadie. Si alguien se entera vamos a estar en muchos líos. ¿Entiendes?

Claro que entendía. Se disculpó de nuevo y me tendió la única toalla que había en ese baño. Se la recibí y salí a prisa. No me sentía muy cómodo metido en ese baño, con aquel alfa afuera haciendo quien sabe qué.

De todos modos, seguíamos desnudos. Sólo una toalla para compartirla. Me envolví en esta y ambos salimos a enfrentar nuestro destino. El alfa seguí ahí, en la misma silla donde lo dejamos. Los ojos en su teléfono y al vernos nos dirigió una mirada agria.

—Ropa. —señaló sobre la cama y sí, había algo para nosotros esperándonos.

No perdimos más tiempo y fuimos en busca de las prendas que dejó para nosotros. Otra sorpresa, además. Angelo tomó de sobre el colchón una polera de mangas largas y suficientemente ancha para su cuerpo. Ropa interior, un pantalón de mezclilla con elástico para albergar su vientre crecido.  Se veía muy feliz de poder usar algo abrigador y no tener que andar por ahí semi desnudo.

Fue mi turno de vestirme. Ropa interior, una camisa de color claro y un traje como el que aquel alfa usaba. Todo estirado sobre la cama, listo para que yo lo usara. No estaba seguro de que debía hacer. Si ponerme esas prendas o salir corriendo con la toalla puesta.

—¡Rápido! —ladró el alfa mirándome.

Le di la espalda entonces y me vestí lo más pronto que pude. Cualquier cosa era mejor que andar desnudo. Angelo me miró curioso y cuando terminé de colocarme el saco, me sonrió de nuevo. Hasta me acomodó el cuello de la camisa. El Alfa nos apuntó con el teléfono y se nos acercó.  Me empujó contra la pared y yo quise pelear contra él.

Con una de sus manos enormes, me sujetó mientras que me apuntaba con el teléfono. Luego me hizo levantar el rostro y volvió a disparar otra foto. Murmuró algo en otro idioma y empezó a escribir algo en su teléfono.

—Comida. —dijo señalando la mesa sin voltear a mirarnos. Luego se marchó por la puerta y nos quedamos solos por fin.

Creo que Angelo y yo sentimos el mismo alivio al verlo partir. Saltamos además sobre la mesa, donde había pan y unas uvas. Le di una mirada al refrigerador y estaba surtido con queso, algunas carnes, aceitunas y refrescos. Mi estómago dio un vuelco de alegría y en seguida me puse manos a la obra.  Preparé un par de emparedados, aunque Angelo ya estaba comiéndose un pedazo de pan, sentado sobre la cama.

Conversamos apenas, porque estábamos más interesados en llenar nuestros estómagos y encendimos el televisor para matar el silencio. Angelo se recostó en seguida y me exigió que lo acompañara. Le di gusto y le acaricié el cabello hasta que se durmió abrazado a una de mis manos.

Su cabello ahora limpio, se sentía sedoso y era de un color más claro de lo que aparentaba. A pesar de su rostro hinchado, se veía tranquilo, descansando ajeno a mis preocupaciones. Ese color de cabello, me recordaba tanto al de Elemiah.

Cerré los ojos y cuando los abrí, la bufanda que era suya estaba todavía en el suelo. Me sentí atraído a esta como un mosquito al bombillo de la luz. La tomé entre mis manos y la aspiré con desesperación. De un modo u otro, hacía que me sintiera bien.

Maldije a Elemiah una vez más, pero con el rostro hundido sobre la tela de la bufanda, me sentí un idiota. Lo odiaba, fue él quien entre otros más arruinó mi vida.  Ahora tenía cosas más importantes en las que pensar, por ejemplo, cómo íbamos a salir de este problema. ¿Qué iba a ser de nosotros?

El traje que traía puesto era lo más elegante que jamás usé en mi vida. No me atreví ni a acercarme al espejo para verme bien. Podía ponerme mi ropa sucia, quedarme desnudo era otra opción. Me envolví entonces en la bufanda que me era imposible abandonar.

Creo que me quedé dormido pensando y desesperándome. Cuando abrí los ojos lo hice con violencia. Uno de esos guardaespaldas me levantó de un brazo y obligó a ponerme de pie. Apenas si pude reaccionar y darme cuenta de lo que sucedía.

Angelo quedó atrás, frotándose el rostro asustado y confundido. Sabía que no se iba a mover de donde estaba, no esperaba que intentara ayudarme.

Un par de alfas me sacaron de la habitación arrastrando. Les di pelea lanzando mordiscos y patadas que no llegaron a buen puerto. Una vez fuera, otro más se les unió, pero este alfa era distinto. Mucho mayor que esas dos bestias, pero no por ello dejaba de intimidar.

Dijo algo en otro idioma y los guardaespaldas dejaron de sacudirme.

—Ahora bien, tú tienes que calmarte de una vez. Mira nada más todo este desastre. —me dijo acercándose a mi cuerpo.

Intenté pelear, pero los guardaespaldas me sujetaron con más fuerza, para que no pudiera moverme.

—¿Acaso estás sordo o eres de plano estúpido? Te dije que te calmaras, Miles. ¿Ese es tu nombre? ¿No es así? Ahora respóndeme Miles. ¿Eres sordo o eres estúpido? Si no eres capaz de entender una simple orden, entonces no sirves.

Sus palabras me sacudieron desde dentro de mis huesos. Me quedé quieto por la sorpresa, más que por la fuerza con la que me sostenían los otros alfas. Este nuevo alfa estaba esperando una respuesta y yo tenía que escoger mis palabras con cuidado.

—No es manera de tratar a nadie. Si me dijeran a donde vamos, no tendría que pelear por mi vida.

—Ya veo. Miles, has de saber que estos dos no hablan nuestro idioma, así que ni te esfuerces en tratar de comunicarte con ellos. Sólo están haciendo su trabajo y depende de ti facilitarles la vida o hacerte de un par de enemigos. Ahora bien, dado que ni eres sordo o idiota, haremos algo. Vas a empezar a comportarte con decencia o con sumo placer voy a enseñarte tu lugar.

Dicho esto, empezó a acomodarme la ropa movida por el forcejeo. Siguió con mi cabello revuelto. Lo peinó con sus dedos acomodándolo hacia atrás. De pronto, estuvo contento con lo que tenía delante y sonrió siniestro.

—Mucho mejor. Ahora bien, vas a comportarte en presencia del señor Vico, por tu propio bien. Vas a caminar con tus propias piernas y mostrar respeto de ahora en adelante.

—El respeto se ….

No pude terminar la frase. Me doblé en dos, el dolor que nació de la boca de mi estómago casi hace que me vaya al suelo. Los alfas me sostuvieron para que me enderezara y el alfa viejo me sujetó la cara para que lo mire.

—No me hagas repetir lo que te digo, Miles. Yo tengo algo de paciencia, el señor Vico nada. No le hagas perder el tiempo, es un hombre muy ocupado. ¿Estamos? Ahora bien, vas a caminar derecho y quiero ver una sonrisa.

Me dejaron toser hasta que pude recuperar el aliento. Luego me soltaron y hablaba en serio cuando quería que sonriera. Me tuve que tragar el coraje e hice una mueca que quiso convertirse en sonrisa.

—Mucho mejor. —sentenció el alfa viejo. —Ya perdimos mucho tiempo con majaderías. Camina Miles y cuando el señor Vico te dirija la palabra, le vas a responder sí señor, lo que quiera señor y vas a sonreír. ¿Estamos?

—Sí. —respondí con rabia.

—Dan es mi nombre. Señor Dan para ti. Ahora vamos que al señor Vico no se le hace esperar.

 

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