Sin categoría

2. Piel de lobo

A poca distancia de la cabaña, se detuvo en seco. Olisqueó el aire y su cuerpo reaccionó primero que su mente. Aquel embriagador aroma le erizó todos los sentidos. Inconfundible, imposible de ignorar.

Sus orejas giraron buscando algún sonido ajeno, al propio de la espesura del bosque. Sigiloso como él solo, se deslizó como una sombra hacia la construcción rústica que apenas se asomaba entre robles y abetos. No podía estar equivocado, el olor provenía de dentro.

La puerta estaba abierta de par en par. El ambiente silencioso y la luz de la luna entraba a caudales dentro de la cabaña aún tibia. El olor se hacía más fuerte, más intenso y no necesitaba sus ojos para que le señalen la dirección donde encontrarlos.  Su cuerpo lo hallaría, era una fuerza natural la que los atraía.

—Buenas noches Mars. Siempre es un gusto verte.

La voz abaritonada de Salem le dio la bienvenida, cargada de aquel reproche que gustaba escuchar. Sabía que era él, podía oler a la distancia aquel conjunto de aromas encerrados bajo el traje que llevaba puesto

Primero era el olor a cuero de sus botas. Podía percibir claramente el animal al que desollaron para que pudiera calzarse. Así como los rezagos de las manos que pulieron a conciencia aquella prenda. Subiendo por las piernas de Salem se hallaba el olor de la tela fragante. Las manos de una mujer dejaron su huella sobre el material color maíz.

La camisa era otra historia. Tenía notas de perfume, aquel que Salem usaba siempre, con tonos de bergamota. Las manos de quien lo ayudó a vestirse seguían ahí, todavía prendidas a la tela. Eran dos, la mujer de los pantalones y un hombre joven.

Un gruñido se le escapó, en guardia además, siguió el rastro que dejó el vampiro al desplazarse por la cabaña. Sin duda estuvo husmeando, porque se quitó la chaqueta y la dejó recostada sobre un mueble de madera. Sin embargo, fue la fragancia de su cabello liso y abundante lo que convirtió sus pupilas en apenas minúsculos puntos. Era un vapor espeso y caliente el que manaba de la piel de Salem, lo que le nublaba la razón y hacía que su cola se batiera con fuerza.

El vampiro demandaba una respuesta, lo podía ver en su rostro de demonio angelical, en su sonrisa perlada y aquellos colmillos que adoraba recorrer con su propia lengua.

—¿Qué quieres aquí? —increpó el lobo con brusquedad. Inquieto, su presencia no traería nada bueno.

Mars dejó caer la frazada de tela áspera con la que cubría su descomunal cuerpo desnudo.  El pudor era uno de aquellos rezagos de existencia humana. Con Salem necesitaba taparse, sí, para esconder los impulsos de su cuerpo.

—Vine a devolverte la visita. Pero déjame decirte Mars, me has sorprendido tremendamente.

Un gruñido entonces y tensó el cuerpo. Aquel tono de voz era un anuncio de guerra. Vio a Salem descruzar las piernas, con tanta ceremonia que le tomó casi un minuto entero. La sonrisa de nuevo, los colmillos afuera.

—Nunca me hubiera imaginado que tú, quien goza reprendiéndome por mis acciones, fuera a ser un completo hipócrita, Mars.

El lobo le enseñó los dientes, sin ahorrarse un gruñido bronco. Sabía lo que vendría y no estaba dispuesto a desatar una lidia dentro de esa cabaña.  Bajo la manta de lanilla, a menos de un metro de donde se encontraba Salem firmemente apoltronado, se encontraba su secreto mejor guardado.

—No eres el más adecuado para recriminarme nada, Salem.

—¿Ah no? Te deleitas rezongando acerca de los bocadillos con los que me procuro y tú pecas de lo mismo.  Dime Mars, ¿estas reservándolo para una ocasión especial? Es una criatura muy tierna, su carne ha de ser un manjar exquisito.

—Bien dicen que la mofeta siempre percibe su olor. —le interrumpió avanzando hacia la cama donde yacía un bulto cubierto por mantas y pieles de coyote. —No tengo intenciones de devorar a Kitchi

La sorpresa se asomó en el rostro delicado de Salem y casi le deformó las facciones.

—¿Hasta le pusiste un nombre? Pero mira que eres un blandengue teniendo tantas consideraciones con tu comida.

Una ráfaga de viento revolvió las cenizas del fogón. Kitchi seguía durmiendo ajeno a lo que acababa de suceder. En cambio, Salem acababa de probar la dureza de las paredes de tronco que erguían la cabaña. Mars lo sujetaba de la camisa olorosa a varias manos y le apretó los dientes contra el rostro.

—Y yo que pensaba pasar una velada agradable, compartiendo aquel manjar tú y yo. Vaya que eres una bestia burda, Mars.

Con sumo placer constriñó aquel cuerpo liso y perlado, fragrante y delicado. Si habría de devorar a alguien, sería a Salem. Fibra por fibra, hueso por hueso. Quizá esa noche sería la última, porque no sería fácil empresa. El vampiro adoraba la lidia y la sangre derramada.

Kitchi estaba presente y aunque no despertaría hasta el romper del alba, no quería perturbarlo con semejante visión apenas abriera los ojos. Encontraría los pedazos de ambos regados por el suelo y quizá no tendría suficiente energía para volver completamente a su figura humana. No quería exponer al niño a más horror del que le había tocado vivir.

—Lárgate Salem, no lo voy a repetir.

—Y un pésimo anfitrión, además. —replicó el vampiro y fue el turno del lobo de salir volando por la habitación.

Pisadas contenciosas, botas de cuero arañando el piso de tierra con los talones de madera. Salem se dirigió hacia la cama y una de sus manos del color de la luna arrancó las pieles de sobre el cuerpo de Kitchi.

—¡Aléjate de él! —aulló el lobo, colmillo y garras más veloces que el mismo viento.

Pero Salem no sabía cuándo rendirse, menos aun cuando encontraba algo con que divertirse. Tomó al niño en sus brazos y lo sostuvo como si fuese un muñeco de trapo contra su cuerpo. Mars tuvo que contenerse, un movimiento en falso y sería fatal para Kitchi.

—Si no lo viera, no lo creería. Qué patética criatura resultaste, Mars. Esperaba un poco más de ti. Tan apegado a un salvaje que todavía moja la cama.

Salem se relamió los labios y con una sonrisa amplia apretó el cuerpo del niño contra sus fauces. Los ojos de Mars cobraron un brillo lóbrego, pero no se movió de su sitio. Kitchi dormía bajo los efectos de la flor de la noche. Le hacía beber un té de hierbas para que nada perturbara sus sueños.  Si Salem bebía su sangre, el niño no sentiría nada. Sólo despertaría de su sopor en el mundo espiritual, en los brazos de su madre.

Nuttah.

—Es curioso, este crío es un salvaje, pero el aroma de su sangre es el mismo que el resto de humanos. Ha de tener el mismo sabor. Confieso que he bebido la sangre de los esclavos, la de los amos, pero nunca la de los indios. ¿A qué sabe, Mars? ¿O me vas a decir que tú nunca la ha degustado?

—Te lo contaré todo, si dejas a Kitchi en paz.

—¿Qué clase de nombre es ese, Mars? Suena por demás ridículo.

—Significa “valiente”, algo que tú ni viviendo una eternidad podrías entender. Ahora déjalo sobre la cama, antes que ponga fin con tu asquerosa existencia.

—Asquerosa existencia. —lo remedó Salem riéndose de él. —Palabras mayores, mi estimado. La sangre de un salvaje no es digna de un paladar tan refinado como el mío.

Lanzó al niño a través de la habitación y Mars tuvo que hacer malabares para atraparlo.

Cuando tuvo a Kitchi en sus brazos, sus colmillos quedaron fuera atentos a cualquier ataque de aquel vampiro artero. Pero ahí quedó Salem, acomodándose el cabello largo y brilloso. Regresó a la silla que ocupó minutos antes y volvió a cruzar las piernas.

—¿Qué quieres aquí Salem? Este es mi territorio y no eres bienvenido.

—Me acabas de ofrecer contármelo todo y quiero saber el motivo de tu ausencia, mi estimado. Bien sabes que si no rondas los callejones de la Ciudad Nueva, no tengo quien expíe mis culpas.

Iba a tener que manejarse con cuidado. Salem tramaba algo y aquel taimado no repararía en nada con tal de salirse con la suya.

—¿Me extrañabas Salem? Ese es un sentimiento muy humano, nada de qué avergonzarse.

Fue el turno del vampiro en encenderse de ira. Pudo ver como su rostro perfecto se endurecía de coraje. No necesitaba decirlo, podía oler su rabia a millas de distancia.

—Quien parece tener mucho apego hacia los humanos eres tú, Mars. Te has convertido en la niñera de ese salvaje. En fin, me ibas a dar tus excusas y no me gusta que me hagan esperar.

Podía regresar al bosque y con Kitchi a cuestas. Seguir los pasos de su tribu, porque tarde o temprano tendría que devolverlo con los suyos. Irían hacia el oeste, siguiendo el gran río, le enseñaría a cazar, a pelear y sobrevivir por sí solo. Pero no, esa no fue la promesa que le hizo a Nuttah.

Windigo es mi nombre. —continuó el lobo verbalizando sus pensamientos. —El demoniaco espíritu que come carne humana. La gente de estas tierras evitaba mi contacto, siempre respetando mi territorio, por cientos de años.  Hasta que llegó tu gente a desplazar a quienes llegaron primero.

—¡Oh Mars, tan dramático! Se llama civilización y es algo bueno. Pero claro, estás acostumbrado a vivir entre salvajes. No debería sorprenderme…

—¿Quieres saber la razón por la que no he vuelto a tu aldea?

—Por culpa de ese salvaje, Mars. Eso me queda claro.

—Fue una promesa que hice a Nuttah. Ella fue su madre, una mujer de la tierra.

—¡No me digas que ese salvaje es tu hijo! ¿Es qué eso se puede?

—Kitchi no lleva mi sangre. Nuttah nunca fue mi mujer, el hombre que la forzó a su madre fue uno de esos invasores blancos.

Salem se quedó en silencio, pero sin dudarlo un segundo volvería a la carga. Parecía disfrutar la magnitud de las noticias que acababa de recibir. Mars pasó saliva y no sabía si debía continuar. Quizá esa noche sería la última en las que se verían las caras.

Tendría que marcharse con Kitchi, porque ahora que el vampiro sabía de su existencia, no lo dejaría en paz. Claro que también podría aniquilar a Salem y acabar con los encuentros furtivos. Pero el lobo también necesitaba un chivo expiatorio.

—¿Entonces qué sucedió Mars? ¿Engulliste a la salvaje cómo haces con todos esos cazadores y soldados que se aventuran en el bosque?

—Este es mi territorio y ellos son los invasores.

Salem rodó los ojos, pero el lobo lo ignoró por completo.

—Jamás hubiera lastimado a Nuttah, ella una mujer valiente.

—Una salvaje, una humana, es lo mismo, es comida Mars. Eres insoportablemente sentimental. Así que todo este discurso de porqué la cría de esa mujer, todavía respira es por…

«Win…dig…o, cumple tu promesa»

—No entenderías Salem, no sirve de nada que te lo diga.

«Cuida a Kitchi hasta que lo vuelva a ver. Hasta que nos unamos todos con el gran espíritu»

—Ciertamente, no me interesa. —continuó Salem y se levantó con agilidad.—Y deja de actuar como si fuera a atacarte. Ese salvaje no me sirve ni para calmar mi sed. No lo tomes a mal mi estimado, pero es un inconveniente para mis planes y sabes bien como eso me molesta.

La ira no se le disipaba del rostro y con esas palabras, estaba declarándole la guerra. Mars no bajó la guardia, si no que se acercó a la cama y dejó el cuerpo menudo del niño vestido con piel de venado. Lo cubrió de nuevo, para preservarlo del frío.

Salem apareció a su lado y dejó escapar un suspiro burlón. Mars gruñó como era su costumbre y esperó que el vampiro gire el cuerpo. Ambos sabían a bien cuál sería el proceder. La visita de Salem no fue del todo cortés. Fue en busca de algo y no se iría sin conseguirlo.

El lobo cerró la puerta a sus espaldas para preservar a Kitchi del viento nocturno. La cabaña seguía tibia y el niño no iba a despertar en lo que quedaba de la noche.

Tenía otros asuntos que atender, mientras la luna llena los bañara a ambos.

Los colmillos de Salem brillaban como dos gemas. Los preámbulos no eran para ambos y en seguida el vampiro saltó sobre su cuerpo. Mars consiguió sostenerse y arremetió contra su amante, hasta que el tronco de árbol los contuvo.

Entonces se abandonaron ambos a sus propios deseos.

La noche serena, la cabaña en penumbras. Ellos dos intentando devorarse vivos, el uno al otro sin darse tregua. Salem gemía dentro de sus orejas puntiagudas y le clavaba las uñas en la espalda dibujándole arañas sanguinolentas.  Le repasaba la lengua por las heridas que le abrió en el rostro, con sus colmillos y lo sentía saborear su sangre.

Mars encontró venganza sacudiéndolo con más fuerza contra el almendro enorme que los acogía bajo su sombra. Podría clavaron contra la madera, prenderlo como una mariposa nocturna y cuando llegara el alba, verlo consumirse bajo la luz del sol.

Desechó la idea con la misma facilidad con la que la concibió. Concentrándose en arremeter con más fuerza dentro de las entrañas de su amante, como así se lo ordenaba. Las piernas de Salem, se anudaron alrededor de su cintura, para prevenir que rompiera el contacto.

El instinto animal lo hizo clavar los colmillos sobre la carne lechosa del vampiro. Sus garras anclaron sobre las caderas de su amante y su cuerpo arreció las penetraciones. Perdido dentro de aquella cálida sensación brumosa, abandonó la razón a un lado.

El lobo aulló al rozar el clímax, pero la voz se le apagó en un gruñido al sentir que se apagaba la flama. Salem en cambio quería más y más, a pesar que acababa de acompañarlo en su viaje al valle del placer.

—Dime la verdad.—Salem apenas si podía pronunciar entre gemidos ahogados. —estuviste con esa humana y ese crío es tu cachorro.

Entonces fue su turno de sonreír. Era eso lo que el vampiro tenía en mente, lo que no lo dejaba disfrutar por completo. Se lo merecía, Salem merecía que lo dejara en la más cruel incertidumbre.

—Te he dicho que no. — Pudo haberle mentido e inventarle detalles, pero no sacaría provecho. —Nuttah era una niña, yo soy más viejo que este bosque.

—¿Por lo menos era agradable? Sólo pregunto porque mujeres hay muchas, algunas bellas, todas son estúpidas como una roca.

—Ella era un espíritu noble.

—Es decir más fea que un calambre. —y el vampiro lanzó una risotada cínica ondulándose de placer—Estás lleno de sorpresas, Mars. Quien iba a imaginarlo.

El lobo respondió sin palabras. No existía una en ningún idioma para contener todo lo que querría decirle. Se contentó con pulsar con más fuerza, dentro de la húmeda calidez de la carne ajena. Ese aroma espeso de sangre que envolvía a Salem como una aureola y lo excitaba al límite de lo imposible. Cegó su voz apretando su boca contra la del vampiro, desgarrándole los labios a su paso, mientras que pugnaba por clavarlo contra la madera.

Salem se onduló con ímpetu renovado, bebiendo la sangre de ambos, aquella que sólo calmaba su sed, decía. Además, le clavó las uñas en la espalda, podía sentir las yemas de los dedos ingresando dentro de su carne. Quizá debería pagarle con la misma moneda e interrogarlo acerca de sus amantes. El vampiro tenía tantos y con olores muy distintos.

Uno en particular le llamaba la atención al lobo, aquel aroma recurrente con matices de nubilidad que viciaba la piel de Salem.  El vampiro tenía un amante en casa, que no lo satisfacía, por eso se aventuraba al bosque, sólo para buscar al lobo cruel para que se lo comiera mejor.

—No te atrevas a detenerte. —susurró en sus oídos el vampiro. Lo sintió sacudirse con más fuerza, intentando disfrutar hasta el último trocito de placer. —¡Maldita sea, Mars!

El lobo rió entre dientes. Era exactamente lo que quería lograr. Salem estaba furioso, le acababa de mezquinar lo que único que anhelaba con toda su alma ausente. Tomó al vampiro de los hombros y lo apretó contra la madera del almendro, saliendo lentamente de dentro de su cuerpo.

¡Oh si Salem lo odió por ello! Le escuchó rechinar los dientes de la ira, lo sintió pelear para contenerlo dentro de sí. No funcionó, el lobo retrocedió lo suficiente como para matar del coraje al vampiro y ponerlo a patalear como un crío.

—¡No me puedes hacer esto maldita bestia! ¡Mars, no me puedes hacer esto!

—Tal parece que ya lo hice. —y terminó la frase con un gruñido hondo.

Abandonó a Salem a su suerte y el vampiro aterrizó como un títere sin cuerdas sobre el suelo del bosque. Su coraje se multiplicó entonces y apenas se repuso, arremetió contra el lobo.

—¡No me vas a tratar de este modo, maldito seas! ¡No me vas a arrebatar mi placer!

Rodaron ambos sobre el suelo, contra los abetos que rodeaban la cabaña, en una lucha cuerpo a cuerpo que terminaría en una tregua sin duda. Salem se rindió primero, no sin antes montarse sobre el lobo, para buscar lo que tanto anhelaba.

Mars lo tomó de las caderas, haciéndole tiras la carne de las caderas. Bajo la luz de la luna, los aullidos no provenían del lobo. Tampoco era un sonido melancólico el que invadía el bosque, si no uno cargado de placer.

***

El cielo empezó a clarear y las estrellas a apagarse. Salem reaccionó tarde y tuvo que desenredarse de entre los brazos del lobo, porque ya era de día. En su camino dejó una estela de maldiciones, mientras buscaba los retazos de su ropa.

No hubo despedida esa noche, el lobo sólo lo vio partir como alma que lleva el diablo. Al final de cuentas Salem era in cobarde. El miedo a la muerte no lo había abandonado. Sabía bien que estaba condenado a desaparecer, no sólo morir y ese era su principal temor.

Pero no había nada de qué preocuparse. El vampiro tenía tiempo de sobra para atravesar la espesura, escabullirse entre callejones y regresar a su pieza en el centro de la ciudad. Aquella noche, volvería a ser el celebrado Salem Mantiquore, el famoso cantante de ópera, encantador y galante.

 

Era turno de Mars de volver a su vida cotidiana. La piel de lobo quedaba atrás y era momento de vestir su propia piel de cordero. Desnudo como estaba, volvería a la cabaña a encontrar con qué cubrirse y se acostaría al lado de Kitchi.

El vampiro jamás lo entendería. Hizo una promesa a la única persona que se atrevió a ver más allá del monstruo que en realidad era.

Windigo, susurraba la tibia voz de Nuttah, la traía el viento a esas horas.

Mi corazón, era el significado de su nombre. Una mujer que sólo sabía ver lo bueno en las criaturas que rondan en el bosque. Ayudaba a todos sin fijarse en el peligro que representaba.

Windigo, cuida a Kitchi. Yo no podré guiarlo a lo largo de las praderas y el río, pero tú sí. Cuídalo hasta que lo vuelva a ver, hasta que nos volvamos uno sólo con el gran Espíritu.

El lobo se acostó al lado del niño de cabello tan oscuro como la misma noche. Su rostro redondo y mejillas coloradas, le recordaban tanto a Nuttah cuando era niña. Kitchi era la viva imagen de madre, salvo el color de sus ojos, que delataba sus orígenes.

—Tuve un sueño raro. —susurró Kitchi con con voz adormilada, entreabriendo sus ojos grises —soñé con un hombre blanco, que tenía uñas largas.

Un niño mestizo que jamás encajaría con el resto de la tribu. Nuttah lo sabía.

—¿Te hizo daño, en tu sueño, te hizo daño Kitchi?

—No, porque mi mamá estaba aquí y ella no lo dejó hacerme nada.

Perdió el habla, el lobo se quedó sin palabras. Kitchi nunca mentía y si bien fue un sueño, no tuvo valor para decirle la verdad.

—No va a volver al bosque. Todo va a estar bien, te lo prometo.

—No va a volver porque el lobo nos protege, papá. —susurró el niño y bostezó con fuerza. —El lobo siempre nos protege.

No siguió, Kitchi se volvió a sumir en el sueño que el narcótico que le dio de beber la noche anterior, debía proveerle. Mars estaba exhausto, pero no podía conciliar el sueño. El olor de Salem se cernía en el ambiente y lo inquietaba hasta la locura.

El vampiro era capaz de todo con tal de salirse con su gusto. No repararía en nada, ningún esfuerzo sería demasiado para Salem y su ambición por el placer que le daban sus encuentros ocultos.

Kitchi dormía en sus brazos, soñando con su madre ausente. Lo había prometido, lo protegería, siempre lo haría. Nuttah confió en él, Kitchi creía que era su padre y … ¿Quién era él para contradecirlo? Sólo un lobo escondido bajo la piel de un cordero, criando a un niño mestizo y ante los ojos del mundo un leñador huraño.

Cerró los ojos entonces, encerrando al lobo muy dentro de su mente. Pasaría el día entero, esperando la llegada de la noche. Necesitaba saciarse también, tal y como lo hacía Salem. Cambió la carne humana, firme y jugosa, por el turbante sabor de la sangre de otro inmortal.

Quizá nunca se iba a saciar y esa idea lo llenaba de incertidumbre. Pero para ello tenía toda la eternidad, para intentar apagar ese fuego que Salem encendía dentro de su cuerpo, para por fin calmar la sed de su alma ausente.

1. El lobo y el cordero

Una respuesta a “2. Piel de lobo

Deja un comentario